miércoles, 30 de mayo de 2012

Cartas al vacío

Para S y J



"A lo mejor tiene mucho trabajo mijo y no le alcanza el tiempo"
"...
Mentía. Y detrás de esa mentira que sabía muy bien le martirizaba aun coleteaba su inocente amor por papá a pesar de que llevaban separados más de diez años. ¿Y por qué lo hacía? ¿Lo hacía para que me sintiera menos indefenso y desprotegido? El caso es que yo estaba cansado y nunca me respondía. Gastaba y gastaba papel y nada. Hasta me parecía que le mendigaba un cariño que no tenía porque forzarlo a tener si no le nacía de ningún lado.
El teniente Rivero se acercó y nos dijo que nos quedaba poco. Ya las mesas donde nos veíamos con los familiares se iban desocupando y a la entrada del comedor se iba haciendo un montoncito en la puerta. Ahí entregaban los carnés y los bolsos y las otras pertenencias.
"¿Te han dicho algo?"
"Que esperan respuesta del Tribunal Supremo".
"Pórtate bien mijo. Y no dejes de hacer las tareas que te mandan".
"Esto no es un colegio mamá".
"Bueno no seas chechón y hazme caso".
"Ta bien mamá. Déjate de pesadeces con el tema".
"Y no te fajes con tus compañeros. Con los compañeros hay que llevarse bien y compartir las cosas".
Pobre. La verdad que no podía ni imaginarme qué idea se hacía mamá de aquel antro de mil demonios en el que llevaba más de cuatro años encerrado. Uno sabía cuando entraba pero no tenía ni idea de cuando podía salir.
Nos despedimos con un abrazo y al llegar a la puerta se viró y me dijo adios con las manos. Llegué al bloque y mi amigo Sabina me dijo si quería echar una partida de dados. Que podíamos apostarnos seis cajas de Populares que le acababan de entregar.
"¿Y el viejo tuyo?"
"Ahí. No vino"
"¿Te escribió?"
"No. Mi madre dice que tiene mucho trabajo y no tiene tiempo".
"Mi padre también es un sinvergüenza. Yo ya ni me recuerdo de el".
"...
Una sombra se materializó en la puerta. Era el sargento Cobos. Me traía un paquete. Me pareció sospechoso porque abultaba bastante y mi madre no me había dicho nada de haberme apuntado cigarros ni nada.
"Ten Olivero. Y fírmame aquí".
Me pasó el papel por la reja. Firmé. Abrió la puerta y me lo dio".
Sabina estaba a mi lado.
"¿Y eso quien te lo mandó?"
Miré el remitente. Vaya, mi padre acababa de anotarse un tanto. Lo abrí.
"¿Qué es eso?"
"Una novela que le pedí hace ya un montón de años"
"Concho eso tiene demasiadas letras compa ¿Y te vas a leer todo eso? Chico lo tuyo sí es una enfermedad del carajo".
Llevaba mi buena cantidad de años queriendo entrar en la vida de Jean Valjean. Sabía su historia porque ya me la habían contado pero quería leerla.
"Los Miserables" -dijo Sabina como asustándose. ¿Y eso de qué habla?"
"Na, un tipo que se pasa un burujón de años preso por robarse un poco de pan para su hermana y por intentar fugarse".
A Sabina le brillaron los ojos. Se emocionó.
"Oye socio, esa historia me interesa. Cuando te la leas cuéntamela".
"¿Y eso?"
"Na, cuando fiñe yo también me robé con otros amigos la merienda del colegio. Nadie sabió que fuimos nosotros pero mi padre se sospechó que yo era y quería delatarme, el muy. Luego se le olvidó el asuntico ese pero esa espinita no ha podido arrancársela nunca".
La historia se repetía. Todas las historias se repiten. No estamos a salvo de nada, ni siquiera de lo más perdurable. Y a veces hasta lo más perdurable no deja de ser, según se mire, un fugaz y caprichoso espejismo.



Ubaldo R. Olivero


 

viernes, 18 de mayo de 2012

Matilda en el sueño de los justos

Pobre Matilda. Que fin el suyo. Me dio penita, después de todo me dio penita. ¿Por dónde andará en estos momentos? Y la verdad, no sé si Toribio hizo bien. ¿Quién le cuidará ahora? Sea como fuere, ella lo cuidaba y le pedía lo natural, que la cabalgara y todo eso, que la gozara, que la saciara. ¿Eso está mal? Pues no. Y el susto que se llevó el novelista cuando ella intentó seducirlo. Creo que le contó todas esas historias, con sus verdades y sus fabulaciones, para retener al escritor en su casa. Tal para cual. Ella novelista para el oído; el novelista para las palabras en el papel ¿Cómo se llevarían veinte años después si vivieran juntos? Y ese chorro de voz que le salía, con música de fondo variada, el rencor, el odio, el látigo lanzado a ciertas tiranías que se quieren imponer haciendo creer lo que no es. Que si unos kilitos menos, que si otros kilitos menos, que si patatín, que si patatán. Así está. Ahora ella descanza. Descanza lejos de esta sociedad-suciedad llena de enfermos que con el barniz de las fomas... ya sabemos, con ese barniz se derrumban muchos castillo y se edifican otros no menos terribles y castradores. Cuando se levante de nuevo, no sé... Cuando se levante de nuevo y alce sus voces, porque tiene miles, habrá que salir pitando. Y esos pasajes de la boca, de los tipos de bocas, sin comentario vamos. Buen logro el de Claudia Bürk. Buen pan para largo alimento, en este desierto o en cualquier otro, y contra todos los inviernos.


                                                                                                                        Ubaldo R. Olivero

miércoles, 16 de mayo de 2012

Regalo para un poeta de La Coruña

Al amigo ECR, en el palacio de Pere lV



Se le dice que gracias, poeta de La Coruña, casi Barcelonés
Ahora llega el buen tiempo, la playa está muy cerca
¿Y la merca? está bien. De todos los países y colores
amores son dolores, y cuando no, nos bastan los ardores

Pues vivos estamos, y eso se paga caro buen amigo
con trigo o sin trigo, siempre una perla llega y otra escapa
cual Alatristes de hoy, la espada femenina nos atrapa
y cual Íñigos, otras Angélicas abrirán nuestras flores

Que si gritan o sueñan sin hacerse sensibles
por mucho que natura las prepare, les de buenos nutrientes
simientes hay, que no lo duden ellas

Con paella o sin ella, con buen tinto riojano
las angélicas saben urdir los goles con las manos
y con la boca ni te cuento, siempre, siempre, pecados florecientes


                   
                                                                                  U. R. Olivero

VOLAR EN PRESIDIO (CRÓNICA LITERARIA DE UN PENAL EN CUBA)


Fue en Playa Manteca, una cárcel de la provincia Holguín, mi provincia. Estaba en una celda de castigo y me aburría. Un par de ideas, de esas que van pasando del gris apaisado al negro vertical, empezaron a sobrevolarme, y no me gustaba nada el modo en que iban corroiéndome, como la bruta carcoma se ensaña con la madera desarmada. El cocinero que nos repartía la comida me preguntó si tenía cigarros apuntados fuera en la guardición. Y sí, tenía cigarros apuntado fuera. “Hay un tipo ahí que cambia libros de esos que pesan una tonelada y los cambia por cigarros”. Ulloa tenía esa costumbre de magnificarlo todo. “Dile que me mande un par y que le doy dos cajas de Populares nuevecitas”. Al otro día como a las 11, la hora del almuerzo, Ulloa me trajo dos novelas. Me faltaban como dos semanas para salir de la celda de castigo. Era mi primera celda. No llevaba ni un mes en el penal y ya me vi forzado a  fajarme con tipo que se creyó coger mangos bajitos con el que acababa de llegar. El muy... Bueno, el caso es que entré en El conde de Montecristo y Edmund Dantés y yo nos hicimos amigos. Y el abad Faria. Y hasta llegué a enamorarme de Mercedes, la muchacha de Marsella (creo que era de Marsella). Confié y esperé. Y de un libro fui pasando a otro, y era feliz y ocurrió que esas ideas que al principio parecían dispuestas a convertir mi vida en algo feo, se me fueron diluyendo poco a poco hasta quedar en un recuerdo lejanísimo. Fueron ellos los que me salvaron la vida y quizás esté hoy por acá por este lado porque se lo deba todo a ellos. Luego mamá empezó a llevarme libros de autores rusos y franceses y americanos, y me sentía en una prisión pero libre, sobretodo libre de no pagar una penitencia tan alta. Más tarde salí de aquella prisión convencido de que hay una sustancial diferencia entre las cárceles de fuera y las cárceles de dentro. Las de dentro a veces resultan ser muy peligrosas, cierto, pero si a tiempo nos visita un amigo como Edmund Dantés o Raskolnikof, o el amigo Manso, entonces no todo está perdido y hay que continuar agradeciendo que el sol salga cada mañana para volver a encontrarnos con ellos. ¿Lo demás? Seguir en el río, escuchando la música de su corriente y confiar y esperar con la paciencia del hijo de Alejandro Dumas padre. ¿Esperar qué? No lo sabemos. Esperar nada, y seguir viajando con las palabras que pueden llegar a liberarnos de cualquier prisión por incómoda y terrible que sea.