¿Pasan cosas en Fiesta? Eso depende de lo que entendamos por tal y hayamos aprehendido como tal. Pasan y no pasan. Se bebe, se mira desde las gradas las lidias de los toros en los San Fermines; Brett, una de las protagonistas no sabe con quien quedarse, si con el torero Romero, si con alguno de los amigos compañero de sus venturas y desventuras en ese París loco y etílicamente estilizado en las Bohemias múltiples. Pero pasan cosas sí, aunque parezca que no. ¿Y los móviles para andar de un lado para tan perdidos? Quizás la soledad, tal vez el vacío de no poder llenar sus vidas con algo más que con alcohol, los elefantes negros de la guerra que con sus pasos parecen llenar de sorderas al mundo todo. Y el clima de los diálogos siempre tan pertinentes a la hora de decir algo más allá de las palabras, más allá de los silencios, más allá de la jerarquía del que sabe interpretar un signo, un movimiento, la estocada de una frase que supo deneterse para que nosotros continuaramos su itinerario imaginativo. El prólogo del escritor Juan Villoro en su punto. Volví sobre Fiesta y la verdad de las verdades, no me decepcionó ni una de sus páginas. Como me ocurrió la primera vez. Ahora la he regresado a uno de los estantes de la fabulosa biblioteca de mi amigo Enrique para que continue alumbrándole el camino. Mi ejemplar se lo mandé a un amigo a Cuba y yo contento de que le haga mejor y más serenas sus días y sus noches en esa isla que en su momento fue paraíso y refugio del maestro de El viejo y el mar y Por quien doblan las campanas. Doblan por todos.
Ubaldo R. Olivero